Ludwig se encaminaba a la casa de Anna Maria, cargado de una mezcla de ansiedad y expectación. Era la primera vez que vería en persona a la chica con la que había estado conversando durante tanto tiempo. No esperaba mucho, o al menos eso se decía a sí mismo; el pesimismo era su escudo, forjado en el yunque de sus inseguridades. A bordo del tren, su mente era un torbellino de preguntas: ¿Y si la decepciono?, ¿Y si ya no le parezco atractivo?, ¿Qué haré si me quedo sin palabras? La idea de verla lo intimidaba, pero la impaciencia de conocer finalmente a la chica que había estado viendo y escuchando a través de llamadas y fotos era aún más fuerte.
Anna Maria residía en Springvale, una localidad con una notable comunidad chino-vietnamita en las afueras de la vibrante Melbourne, a unos sesenta minutos del corazón de la ciudad. Ludwig llegó a la estación de Springvale y, sin perder tiempo, tomó el autobús que lo llevaría al hogar de Anna Maria. Durante el trayecto, mantuvo contacto con ella por teléfono, un torbellino de emociones como emoción, miedo y esperanza bailaban en su pecho, mientras su mente pintaba un mosaico de escenarios posibles, de momentos que deseaba vivir. No solo era su primer día en Melbourne; también sería el día en que la conocería en todas sus dimensiones.
Al bajar de la estación de autobuses, Ludwig, con el corazón en un puño, decidió llamar a Anna Maria.
"Hola, Anna Maria... no estoy seguro de cómo decir esto, pero estoy afuera", dijo con voz temerosa.
Anna Maria, sorprendida por sus palabras, respondió: "¿Cómo? Pero no te veo".
Y es que Ludwig había optado por un escondite improvisado detrás del Subaru Crosstrek aparcado en el porche de la casa de Anna Maria, un vehículo perteneciente a su madrastra.
"Estoy detrás del carro", confesó Ludwig, reacio a ser descubierto.
En ese momento, Anna Maria salió precipitadamente al encuentro de Ludwig, quien se encontraba agachado detrás del vehículo. Así comenzaron lo que sería su primera conversación cara a cara y su primer encuentro visual directo. Ludwig alzó la vista y se encontró con la misma joven que había conocido en llamadas y fotos, pero había algo distinto: la encontró mucho más hermosa en persona. Sus ojos y los hoyuelos marcados lo fascinaban, y hasta las pequeñas marcas de acné de su adolescencia le parecían entrañables.
"¿Qué haces escondido, Ludwig Ernesto?", preguntó Anna Maria con una mezcla de curiosidad y afecto.
"Tenía miedo de encontrarme con tu papá y tus hermanos antes de verte a ti en persona", admitió Ludwig, dejando traslucir su vulnerabilidad.
La conversación fluyó entre Ludwig y Anna Maria hasta que ella sugirió que entraran. Al atravesar la puerta de la casa, se encontraron con el padre de Anna Maria, un hombre de estatura media, 1.70 metros, con una apariencia ruda y una actitud tímida y serena. Junto a él estaba el hermano menor de Anna Maria, quien, al ver a Ludwig, decidió abandonar cualquier intento de intimidación y se esfumó, descartando el plan de hacerse el fuerte ante el visitante.
Tras unos breves saludos, Ludwig tuvo la oportunidad de conocer a Suzel, la madrastra de Anna Maria. En sus llamadas, Anna Maria había expresado ciertas quejas sobre la relación con su madrastra, mencionando su convivencia difícil y la falta de esperanza de una mejora. Sin embargo, parecía que ese día Suzel estaba de buen ánimo, ya que recibió a Ludwig con calidez y lo invitó a pasar.
La conversación inicial fue cortés pero desigual; el padre de Anna Maria no participaba mucho, lo que dejó a Ludwig charlando principalmente con Suzel. Mientras tanto, Anna Maria y su padre se mantuvieron más bien como espectadores. Después de un rato, Anna Maria decidió terminar de prepararse para salir, y Ludwig, sintiendo el temor de quedarse solo en un lugar ajeno, decidió seguirla.
La mera presencia de Anna Maria transmitía tranquilidad a Ludwig. El estar cerca de ella apaciguaba la ansiedad que había sentido al llegar y le brindaba la valentía necesaria para afrontar una situación que jamás habría imaginado vivir.
"Así que, ¿esa era tu madrastra? No parece tan mala después de todo", comentó Ludwig con cierta sorpresa.
"Últimamente se está comportando mejor", replicó Anna Maria. "Hoy incluso me compró carne vegetariana y se ofreció a recogerme en la estación. Se ha estado portando bien".
Luego de un intercambio ligero y cordial, ambos decidieron explorar la ciudad. Ludwig aún no había tenido la oportunidad de conocer Melbourne y estaba ansioso por descubrir si sería parecida a Sydney, donde había vivido los últimos cuatro años, o algo completamente distinto. En su camino, compartieron sus intereses, gustos musicales, experiencias universitarias, entre otros temas. Ludwig se deleitaba al escuchar a Anna Maria hablar apasionadamente sobre sus metas en psicología, hasta que ella mencionó algo que capturó completamente su atención.
"¿Sabías que existe una conexión especial entre los psicólogos y los comunicadores, Ludwig Ernesto?", preguntó Anna Maria.
"Nunca he escuchado eso, ¿de qué tipo de conexión hablas?", inquirió Ludwig, intrigado.
"Por lo que he observado y me han dicho, siempre hay una química especial entre ellos", explicó Anna Maria.
Ludwig consideró por un momento que tal vez era la forma sutil de Anna Maria de insinuar que había química entre ellos. ¿Será que le gusto?, se preguntaba. ¿Mis conversaciones le parecerán interesantes?, ¿estará disfrutando nuestra compañía?
Anna Maria continuó explicando la lógica detrás de esa teoría, y la charla derivó en las razones por las cuales la gente elige sus carreras. Entonces, ella lanzó una pregunta juguetona:
"Dicen que los comunicadores eligen su campo porque hubo un punto en su vida en el que sintieron que no eran escuchados. ¿Es eso cierto, Ludwig Ernesto?"
Ludwig se sintió descubierto; ella había dado en el clavo. Tras años de silencio, había elegido estudiar comunicaciones, una carrera que muchos pensaban no le iría bien dada su timidez. Pero fue esa elección la que le permitió salir de su caparazón y hablar con confianza.
"Puede que sí, puede que no", dijo sonriendo. "Y tú, ¿qué me dices de psicología? Hay quien dice que los psicólogos son los más locos".
"Quién sabe, Ludwig Ernesto. Tendrás que averiguarlo tú mismo", respondió Anna Maria con una sonrisa juguetona.
Ludwig se sintió emocionado al oír esto. No podía creer que Anna Maria fuera tan encantadora
Al llegar a a la estación central, Ludwig Ernesto y Anna Maria se dispusieron a buscar un lugar para comer, eligiendo al azar entre la variedad que ofrecía Melbourne. Ludwig se maravilló ante la magnitud de la ciudad, que le evocaba a Nueva York con sus rascacielos imponentes y su meticulosa planificación urbana de estilo europeo.
—¿Y ahora qué hacemos? ¿Dónde vamos a comer? —preguntó Ludwig.
Anna Maria, igualmente indecisa, aún no se había familiarizado con el centro de la ciudad, a pesar de llevar casi un año viviendo allí. Juntos, caminando sin rumbo, dieron con "Pepper Lunch", un acogedor grill japonés que les prometía una experiencia culinaria única. Decidieron que sería el lugar de su primera cita.
Ludwig, sintiéndose un tanto inseguro, miro el menú. Sabía de la inclinación de Anna Maria por el vegetarianismo y su aversión hacia la carne. Se debatió internamente: ¿Estaría bien si él ordenaba un plato carnívoro?
Finalmente, hicieron sus pedidos a través de un menú electrónico en la entrada: Ludwig eligió un curry japonés y Anna Maria optó por un plato a base de tofu. Mientras degustaban sus elecciones, la conversación fluyó hacia un terreno común: su amor por el anime, los mangas y su fascinación por Japón. Anna Maria compartió su sueño de vivir allí por un tiempo, un deseo que resonaba profundamente en Ludwig, quien también anhelaba experimentar la cultura nipón de primera mano.
Tras disfrutar de la comida, ambos se excusaron un momento y, al salir del restaurante, se preguntaron qué seguiría.
—¿Y ahora qué? —inquirió Anna Maria.
—No sé, ¿te apetece ir a algún sitio para tomar algo? —propuso Ludwig.
Anna Maria asintió, y en su búsqueda toparon con un lugar que les llamó la atención: un casino hotel que prometía diversión y entretenimiento. Al entrar, los ojos de Anna Maria brillaron con emoción, como si fuese una niña en un parque de atracciones. Ludwig no pudo evitar sentirse contagiado por su alegría.
—¿Quieres apostar, Ludwig Ernesto? —preguntó ella con un brillo juguetón en su mirada.
Ludwig dudaba, recordando una pérdida previa en un casino de Sydney que había atacado sus finanzas en esa epoca.
—¿Qué tal si tomamos algo primero, Anna Maria? ¿Quieres un shot de tequila? —sugirió, recordando las conversaciones pasadas donde había confesado su afición por ese licor.
Con una mezcla de sorpresa y agrado, Anna Maria aceptó. Se acercaron a la barra y la bartender les sirvió un pequeño vaso de tequila con un cuarto de limón y algo de sal para acompañar. Tras el brindis, un ligero estallido de risas se apoderó de ellos cuando Ludwig derramó accidentalmente unas gotas sobre su camisa, esperando que Anna Maria no notara su pequeño desliz.
Animados, decidieron probar suerte en las apuestas, pero al acercarse, un guardia de seguridad les informó que, lamentablemente, el área de juegos estaba cerrada temporalmente.
"Chale, ¿y ahora qué hacemos?" preguntó Anna Maria.
"No sé, podríamos ir a comprar algo de tomar en una tienda y luego ir a un parque," respondió Ludwig.
Anna Maria asintió y decidieron dirigirse a una tienda ubicada bajo una estación de tren. Allí, adquirieron una bebida llamada Soyuz, que Anna Maria estaba ansiosa por compartir con Ludwig. A pesar de su resistencia inicial, Ludwig compró dos botellas y juntos emprendieron la búsqueda de un buen sitio donde disfrutarlas.
"¿Y ahora a dónde iremos?" preguntó Ludwig.
"Pues hay una biblioteca cerca, que es muy bonita y está en un parque cercano. ¿Quieres ir, Ludwig Ernesto?" sugirió Anna Maria.
Ludwig aceptó y siguieron su camino hasta la biblioteca principal de la ciudad, cuya imponente estructura lucía desierta bajo el manto nocturno. Decidieron sentarse en las escaleras de la biblioteca y allí comenzaron a charlar. En un momento, Anna Maria, de manera espontánea, preguntó a Ludwig si quería fumar, a lo que él accedió y compartieron un cigarrillo.
Conversaron largo rato, abordando temas como el esfuerzo por dejar el cigarrillo, la pasión de Anna Maria por Australia y la curiosa coincidencia de haberse encontrado en ese país a pesar de provenir del mismo lugar.
A medida que avanzaba la noche y bajo el efecto del alcohol, Ludwig, sintiéndose más audaz, se acercó a Anna Maria para darle un beso rápido y tímido, traicionado por sus nervios.
Anna Maria, entonces, tomó la iniciativa y respondió con un beso de mayor intensidad, algo que tomó por sorpresa a Ludwig y le llenó de alegría al ver sus sentimientos correspondidos.
"Guau, Anna Maria, no me esperaba eso," dijo Ludwig.
"Ay, Ludwig Ernesto, me has estado gustando por tanto tiempo. ¿De verdad creías que no tenía ganas de besarte?"